"Eduard Encina: una semblanza a galope"...!!
Entre los libros que presté con una voluntad casi religiosa, y que jamás regresaron a mis estantes, estuvieron los de Eduard Encina Ramirez(Baire 1973 - 2017). La obra de este poeta, narrador y pintor, creada en una esquina furtiva del Baire mambí, provincia de Santiago de Cuba, ha estado sobrecargada de demandas a partir de que apareciera su primer poemario titulado De ángel y perverso. Era el año 2000, estábamos de Feria del Libro en Contramaestre, y Eduard soportaba intranquilo la proximidad de la hora en que iba a presentarse por fin su libro. Mientras, se calmaba contando cómo Flora Preval, asesora literaria de la Casa de Cultura en los años 90, se obsesionó en buscar a aquel joven desaparecido, que viajaba siempre en bicicleta, de Baire hasta Contramaestre, para participar en los talleres que ella dirigía. Logró dar con él en una intrincada secundaria en el campo (III Frente), donde ejercía la docencia como profesor de Educación Plástica. La vio llegar cansada y llena de fango solo para decirle que en el taller se le extrañaba. “De Ángel y perverso no hubiese sido posible sin el gesto de aquella mujer, me hizo creer que yo era un poeta”, enfatizaba con orgullo. Aquel libro se agotó luego de su presentación, como también desapareció de librerías su segundo poemario El Perdón del agua emergido en los predios del 2003.
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Eduard Encina Ramírez. Narrador, poeta y pintor |
Los dos premios Calendarios conquistados consecutivamente durante los años 2003 y 2004, terminaron por convertirlo en una figura atendible en el panorama de las letras nacionales. El primero de estos premios sucedió con El silencio de los peces (Editorial Abril,2004), sin dudas uno de sus mejores textos para el público infantil. A propósito de este poemario recuerdo el percance sufrido previo a la presentación en la Feria Internacional del Libro en La Habana del año 2004. La edición y sobre todo la ilustración del poemario por Anna Chomenko resultaron del agrado de Eduard, excepto por un siniestro: él no aparecía como autor de aquellos textos, sino un tal Tobias J. que todavía hoy nadie sabe quién es. De inmediato se armó el maniguazo, de un lado los responsables intentaban convencer a Encina que considerara dejar aquel nombre, sonaba bien como seudónimo para sus libros infantiles, le argumentaban; del otro Eduard indignado restregaba que aquello no lo representaba, y el calor del asunto fue subiendo, hasta que la misma Teresa Melo entró a mostrar también su pólvora. La maquinaria comenzó a andar de prisa y fui testigo de que de un día para otro aparecieron los ejemplares correctamente firmados, listos para la presentación.
Ese propio año (2004) nos encontrabamos participando en el curso de narrativa organizado por Eduardo Heras León desde el Centro Onelio Jorge Cardoso, cuando recibimos una noticia. Por decisión unánime del jurado su cuaderno de versos Golpes bajos (Editorial Abril, 2005) había sido seleccionado para el premio Calendario de ese año. Saltó, abrazó, gritó, lo había logrado por dos años consecutivos, así que nos fugamos de clases y nos fuimos a festejarlo. Golpes bajos es un libro que ya mostraba una forma lírica que se distanciaba considerablemente de sus anteriores versificaciones. Obviamente Eduard hurgaba en un modo de decir que lo desprendiera de las influencias que por entonces se le endosaban, una búsqueda que se sistematizó durante seis años de lecturas y experimentaciones que a fuego lento fue forjando a Lecturas de Patmos (Editorial Oriente, 2011), uno de sus poemarios más maduros, y donde inició su manera de representar los entornos sociales desde una voluntad inquisitiva y referencial, allí buscará en la tradición bíblica y la historia nacional la materia para construir su tropología.
El 2012 trajo su primera publicación narrativa, una novela infanto juvenil que recrea los recuerdos de su niñez y las leyendas que circulaban en su pueblo. Ñampiti (Ediciones Sed de Belleza, 2012) se convirtió en uno de sus libros más leídos, y junto a El Silencio de los peces soportó una reedición posterior.
Uno de sus cuadernos más profundos y dolorosos entró a concursar en el Premio de Poesía Hermanos Loynaz, 2015. Marilyn Bobes, Alfredo Zaldivar y Roberto Manzano (el jurado) apostaron por aquel cuaderno que parecía un recorrido clínico por la enfermedad social. Quizás por eso Eduard decidió titularlo Lupus (2016), porque, además de ser una condición morbosa que conocía de primera mano (su esposa la padece lupus eritematoso sistémico), utiliza los comportamientos devastadores de este malestar para entender la situación insular y representarla del mejor de los modos posibles. Para la mayoría es su mejor poemario, hay demanda de sus ejemplares y ya no aparece en librerías, señal de que sería atinado pensar en una reedición.
Lupus fue el último libro que Eduard pudo ver publicado. Luego de hacerse con el premio de la Gaceta de Cuba, 2017, viajó a Colombia y participó en el Festival de Poesía de Medellín. A poco tiempo de regresar a Cuba ingresó en el hospital y su vida fue perdiendo fuerzas hasta que se diluyo en el éter. Era el 8 de septiembre de 2017, y en editoriales quedaban pendientes sus libros Estructuras del silencio (Ediciones La Luz, 2017), y Manigua (Ancoras ediciones, 2018). Fue difícil palpar su ausencia durante las presentaciones de aquellos cuadernos.
Obviamente he ido a galope por la semblanza de un poeta que fue mucho más que lo aquí está esbozado. Afuera queda su nutritiva labor dentro de la promoción cultural, el peso de su presencia en la política cultural, la creación de un movimiento literario en un pequeño pueblo, reunidos alrededor de lo que llamó “Café Bonaparte”, la fundación de la Jornada Literaria Orígenes y el papel de esta en el rescate y resignificación de la primera sepultura de J. Martí en el cementerio de Remanganaguas, etc.
Queda latente una deuda con todo ello, pero no me permito cerrar sin una de las creaciones que Eduard Encina dejara sin publicar. Comienzo con ello a aliviar el saldo de sus textos inéditos.
SEPIA SOBRE SEPIA
a los muchachos del Café Bonaparte
Sopla el tiempo en la caoba.
Vuelve la polilla a invertir el horizonte
de las cosas.
Qué verdad revienta en lo que calla
qué vacío simula en el vacío.
Sopla el tiempo en la madera
que los gorriones enmierdecen
un hombre se despierta
no logra circular la carne
y queda inmóvil
como una queja
que rebota
en el recuerdo.
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