/Por: Eduard Encina Ramírez/
Nunca creí posible visitar La Higuera, aquel pequeño barrio boliviano entre montañas, llovizna y abundante neblina. Por el camino nos llenábamos de expectativas, a pesar del fango y el peligro de que la Toyota perdiera el control y cayeramos por el barranco. Juan Carlos, el chofer, nos daba aliento, hacía chistes y hasta aprendió a decirnos “qué pasa asere” cuando percibía que estábamos impresionados por los escollos del camino.
Éramos músicos, cineastas, escritores y pintores, acompañados por la Doctora holguinera Margarita Andreu, quienes habíamos decidido continuar, a pesar de las inclemencias del tiempo, hasta aquel mítico lugar de la selva. Y aún sin darnos cuenta pisábamos el suelo gris de La Higuera y corríamos hacia un pequeño bar a refugiarnos de la llovizna y el frío.
Enseguida contactamos con dos jóvenes de la misión médica cubana que trabajaban allí. Beber una deliciosa Paceña nos ayudaba a calmar el frío, mientras en el portal veíamos a unos niños jugar despreocupados, aquel paisaje a ellos no les comunicaba nada nuevo, pero a nosotros sí. Al fin el clima mejoró y salimos a recorrer el lugar.
Hicimos el tour que corresponde a todo visitante y escuchamos hablar muchísimas cosas sobre el Ché, una señora de quien ahora no recuerdo el nombre, nos contó que era muy niña cuando iba con la maestra a llevarle los alimentos a aquel hombre. Dio un salto hacia el costado y haló una revista alemana donde le habían publicado una entrevista, nos la mostraba como un trofeo, pues ella era la única persona viva en el barrio, que tuvo contacto con el guerrillero.
Después, se puso triste, dijo que ya nadie se acuerda del Ché, que lo habían convertido en una foto, en un pomito de tierra para venderle a los cada vez más escasos turistas. “Era un hombre grande, pero no lo sabíamos”. Comentaban que era un bandido, un asesino que mataba campesinos para quietarles sus tierras. “Ni los de allá, ni los de acá lo ayudaron”, terminó con voz quejumbrosa y cerró la revista.
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Rodrigo jugaba frente a la Historia mientras Ruslán le tomaba esta preciosa fotografìa |
Hoy debe tener cerca de diecisiete años, ojalá sepa que es el cumpleaños del Ché, ojalá esté escribiendo un cartel para que otro niño recuerde que por allí pasó un hijo de América dispuesto a cambiar el mundo, y a dar su vida por él. Ojalá todavía esté viva aquella anciana y Rodrigo pueda leerle esta nota, escrita por alguien que sí se acuerda del Che.
( En homenaje al honorable Eduard)
(Texto e imágenes extraídos de su blog: "Cimarronzuelo Oriental")