"El Compadre"....

 (Cuento de Osmel Valdés Guerrero)

Compadre Onelio:

A nadie más me atrevería a contarle la verdad de lo que pasó con Fresneda, lo digo por que tú eres mi amigo, tan amigo mío como lo fuiste de él, y yo necesito que le cuentes a todos la verdad de las cosas.

Fresneda era mi compadre, como decir mi hermano. Por eso cuando la Niña parió, le regalé el potro.

- Es tuyo, hermano. Se llama Diamante.

- Está lindo, pero tiene nombre de buey, respondió sin mirarme.

- ¿ Qué mejor nombre para un caballo que Diamante?

- Cualquiera es mejor.

- No sea refunfuñón, compadre.

- Si es mío de verdad, yo le pongo nombre. Me encogí de hombros mientras lo escuchaba decir: se va a llamar Caballo, y el potrillo levantó las orejas y resopló como si entendiera lo que pasaba. Me dieron ganas de quitárselo ahí mismo, pero un hombre no rompe su palabra por cualquier capricho.

Había que ver como se puso, tener un caballo fue siempre su sueño. Desde aquel día Fresneda y Caballo fueron uno solo, como si estuvieran pegados hombre y animal. Pasaron dos años y al penco le creció el cuerpo , y por el brío y la velocidad de sus patas le creció también el nombre, pero más aún por las palabras de Fresneda que le decía a todos lo obediente y bueno que era Caballo. Porque sí, Fresneda era bueno, pero también autosuficiente dirías tú; charlatán , diría yo. Una tarde, mientras torcíamos el humo del café con el del tabaco y mirábamos lo lindo que se había puesto su animal, le dije:

- Sí que es buena mi Niña. Él miró la cobija de guano donde el humo se enredaba con las telarañas y carraspeó como si las palabras se le apretaran en la boca.

- Esa yegua es un tareco.

- Compadre, es la madre de su bestia.

- Igual lo hubiera parido otra. El secreto de Caballo está en como lo he entrenado.

Y me entró la comezón, lo desafié a una carrera entre Caballo y la Niña. Y me ganó, claro que me ganó, me sacó más de tres cuerpos. Entonces no paraba de alardear. Es verdad que Caballo era una flecha.. Él lo conocía bien, tanto, que no más hacía Fresneda pararse en el portal de su casa y decir ¡Caballo! y estuviera cerca o lejos, en el potrero o en la orilla del río, pero como quiera que el viento llevara las palabras hasta el animal, aquél se sacudía completo y se podía sentir un estremecimiento de bestia y el soplido con que le respondía. Todo el mundo en el pueblo hablaba del alazán: "El caballo de Fresneda mide siete cuartas de largo, tiene un trote como un río y el pellejo le brilla como si estuviera lleno de luz, ese animal atraviesa el río por crecido que esté y sube por cualquier barranco si Fresneda lo manda, con sólo decirle ¡Caballo! el alazán prende el galope".

Cuando mi hijo Alberto vino a pasar la Nochebuena con nosotros , le conté parte de esto que ahora te cuento, y me dijo:

- Vamos a robarle el penquito.

- Estás loco, yo se lo regale, además , él tendrá sus defectos, pero es mi amigo, no puedo hacerle una cosa así.

- ¿Y a él que le importa eso? Él cree que parió al animal.

- Eso no justifica que se lo robemos.

- No, no se lo vamos a robar para siempre, es para darle un buen susto y que se dé cuenta que un amigo vale más que un caballo.

Las palabras de Albertico se me enredaban en la cabeza, pero algo dentro de mí me empujaba a aceptar su idea.

- ¿Cómo lo haremos?

- Se lo robamos por un tiempo y luego se lo devolvemos.

Había pocas estrellas, más de una vez nos enredamos con los alambres del cercado entre el maizal y el potrero, hasta que llegamos cerca del arroyo. Allí el pasto era espeso , no por gusto estaba tan lindo el animal. Nos acercamos, no quise enlazarlo de primera, quería probar y le dije:¡Caballo! Ni se espantó, siguió hundiéndose en el pasto como si no hubiese nada más en el mundo que la miserable hierba y la voz de Fresneda. Entonces lo enlacé y comencé a corretearlo a golpe de fusta, el animal tironeaba como el demonio sin importarle los fustazos y las espuelas que lo hacían sangrar. Lo hubiera reventado allí mismo a puro golpe, pero Alberto me detuvo.

- ¿Te volviste loco, papá?, los perros de Fresneda nos van a oir y se va a complicar la cosa.

- Fresneda no tiene perros. Y déjame, que le voy a sacar la sangre al desgraciado este, que es tan orgulloso como su dueño.

- Vámonos de aquí, cuando estemos fuera, lo corres todo lo que te dé la gana.

Lo sacamos casi a rastras del potrero, no habíamos caminado una legua cuando me entró la comezón de nuevo. Pero no era rabia esta vez, la conciencia, diría a tú; miedo, diría yo. Sí, miedo, además, era un doble robo quitarle a un hombre el corazón que ha hecho con el suyo y el corazón de su bestia. Por eso volvimos a lo de Fresneda y metimos a Caballo en el vara en tierra que está a unos cuatrocientos metros de su casa. Le amarramos su hocico, no fuera a ser que Fresneda dijese ¡Caballo! y el resoplido del animal le respondiera. Le entiesamos las cuatro patas y lo dejamos allí.

Tres días después vino Fresneda con el rostro oscuro y cuadrado como un surco en tiempos de sequía. Se desplomó sobre uno de los taburetes del portal. Tenía las botas atascadas en polvo, los guisazos cubrían casi todo su pantalón y el sudor le marchaba la camisa y el sombrero.

- Se lo robaron, me dijo, estrujando el sombrero de ya- rey.

- ¿A quién, compadre?, le pregunté con disimulo.

- A Caballo.

- ¿Pero cuándo?¿Quién haría algo así?

- No sé, pero en cuanto sepa, se la arranco al que sea.

Otra vez sentí miedo, porque vi la sangre en sus ojos y lo dejé que se fuera como un loco a desandar los trillos. Desde entonces no pude dormir, veía sus ojos como dos llamas, amenazando con caer sobre mí.

Fresneda no encontró a Caballo, por más que se pasaba los días corriendo de potrero en potrero , de monte en monte, detrás de cualquier indicio. Envejecí diez años viendo al pobre Fresneda envejecer en uno. Se fue encogiendo de angustia, el pelo se le puso blanco., el conuco se le perdió en marabú, y cuando venía a visitarnos era un silencio entre el humo del café y el tabaco. Un año pasó Caballo secándose en el vara en tierra, un año Fresneda secándose en los caminos y un año secándome yo en la impotencia y el remordimiento, un año entero comiéndome  la lengua para no salir gritando, yo sé donde está, está en el vara en tierra, no lo busques más. Pero se me ablandaba la carne cada vez que veía a Fresneda amolando el machete para el día que diera con el culpable.

La ultima vez que estuvo en mi casa ni siquiera se sentó, se recostó a uno de los horcones del portal y se quedó mirándome derecho a los ojos, como cuando yo le hacía una mala jugada en el dominó, pero no dijo una sola palabra, lo invité a tomar café y negó con la cabeza sin dejar de mirarme. No le ofrecí un tabaco, para que no descubriera cuánto me temblaban las manos. Encendí el mío de espaldas a él y le arrimé un taburete, pero lo rechazó con el pie, hizo por marcharse, luego se volvió y me dijo:

- Compadre, me estoy muriendo.

- No es para tanto, Fresneda, era sólo un animal.

- ¿Era?¿Acaso usted sabe si le hicieron algo?

-¿Qué puedo saber?, lo digo porque ya va para un año y el animal no aparece.

- Compadre, ¿por qué usted no se quedó tranquilo aquella vez cuando Albertico se perdió?

- Ni me lo recuerde, casi me vuelvo loco, si no llega a ser porque usted lo encuentra en el río, medio ahogado y me lo salva. Pero eso no viene al caso, no es lo mismo.

- Es lo mismo, sí señor , Caballo es para mí como un hijo.

Se puso el sombrero y se perdió en la noche, dejándome el corazón revuelto por un dolor, como si el filo del machete de Fresneda ya me hubiese abierto en el pecho el primer tajo.

Por eso, anoche me decidí a contárselo todo, aunque me arrancara la lengua de un machetazo. Va y a lo mejor Fresneda sabía perdonar a los amigos. Ensillé a la Niña, me dije, se la voy a regalar. A penas llegué, Matilde se abrazó de mí llorando y vi al compadre tirado en su cama, mientras Eduardo, el médico, le cerraba los ojos. La Matilde me contó que en la tarde Fresneda fue hasta el vara en tierra y cuando vio a Caballo, seco, parado sobre sobre sus cuatro patas muertas , le dijo ¡Caballo! y junto  con los huesos de Caballo cayó Fresneda resoplando, y allí quedaron. Parecían uno solo sobre la tierra.

Se me enfriaron las palabras en el pecho, comprendí que yo lo había matado, por necio, dirías tú, compadre Onelio, por verraco, diría yo. No me atreví a decirles la verdad. Fui al vara en tierra, cogí la soga con que amarré a Caballo y vine para mi casa.

Pero un muerto se muere dos veces si se muere solo y yo no puedo quedarme con el corazón hinchado de vergüenza y silencio. Tú tienes pico fino para contar cosas y sabrás entenderme. De alguna manera tengo que pagar lo que hice. Todo está aquí, en este papel que vas a encontrar a la sombra de mis pies.....

------------------------------------------------


Osmel Valdés Guerrero (Baire 1971)
Narrado y poeta. Es miembro de la AHS y del Grupo Literario Café Bonaparte. Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Mención del Premio de Poesía Medalla del Soneto Clásico, 2004. Ganador del Premio Cuba-Soneto, 2004. Ha publicado el libro de décimas: "La ira del Cordero"(Eds. Santiago, 2005). 

   



 







Comentarios

Entradas populares de este blog

"Cleoffo"....

"Crónica de mi Viaje"...!!